Casi sin darnos cuenta hemos llegado a febrero. Transcurre sin freno un invierno frío, con lluvias y nevadas, un invierno como los de antes, bueno y necesario para un campo que busca ya el desarrollo de la cercana primavera.
No pintan bien las cosas en materia sanitaria. La pandemia sigue campando a sus anchas y, aunque somos esenciales, no estamos libres de desatender el cuidado y la protección, por la cuenta que nos trae. Todavía queda tiempo para recuperar nuestra “normalidad”. Mucha paciencia y mucho cuidado.
Entre tanto, y menos mal, trabajo, y que no nos falte.
Comienzan las campañas de siembra de dos de nuestros cultivos más importantes, la remolacha y la patata. La primera, con la apuesta convencida de la industria por mantener el cultivo de la mano del agricultor. Buena noticia, sin duda, pero difícil tarea con los precios actuales.
Todo apunta a un cambio en los mercados que pueda ayudar a recobrar la confianza de un cultivo principal y estratégico para nuestra comunidad. Ya veremos.
La segunda, la patata, con la incertidumbre tradicional de este cultivo cada día más profesional, exigente con la calidad y muy pendiente de los mercados. Lástima que los precios que se pagan al agricultor casi nunca se correspondan con el cumplimiento de tantas exigencias, con tanto esfuerzo.
En todo caso, la patata es un cultivo que ha dado más alegrías que penas y que confía su futuro a su relación con la industria agroalimentaria. Agricultores y empresas que cumplan sus compromisos y una ley de cadena alimentaria que lo controle y procure.
Y el sector, mientras tanto, pendiente de los primeros pasos de la Interprofesional, que ya explora fórmulas para dar a conocer al consumidor las ventajas de seguir consumiendo este alimento saludable y versátil en cocina.
Tiempo de espera en el campo, de espera de sol y temperaturas suaves, de campaña de PAC, de arreglos y puesta en marcha, tareas que nos devuelven a la normalidad. Al menos dentro de este caos sanitario, en parte, vuelve la actividad al campo.
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