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viernes, marzo 29, 2024
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Claves de fertilización en viñedo

El aporte de nutrientes permite al viticultor acercarse al tipo de uva que desea obtener. En este aspecto del viñedo, todo elemento tiene su propia lógica y su función. Conviene tener en cuenta las posibles carencias y el papel que le corresponde al abonado orgánico

El Ministerio de Agricultura publicó hace una década la ‘Guía Práctica de la Fertilización Racional de los Cultivos en España’, con la participación de la Asociación Nacional de Fabricantes de Fertilizantes, ANFFE.

En dicha publicación, Enrique García-Escudero, ingeniero agrónomo y jefe de Investigación y Desarrollo Tecnológico Agroalimentario de La Rioja, realizó un capítulo sobre el abonado del viñedo cuyas conclusiones siguen vigentes.

Del informe cabe concluir el rechazo a los numerosos tópicos, con escasa base científica, sobre cultivos como el viñedo. En relación con la necesidad nutricional de la viña, García-Escudero destaca que, además del C, H y O, que representan casi el 95% de la materia seca, se consideran elementos esenciales para la vid el N, P, K, Ca, Mg y S entre los macroelementos, y Mo, Cu, Mn, B, Zn, Fe y Cl dentro de los oligoelementos.

Independientemente del papel general que juegan los diferentes elementos, merece la pena citar algunos aspectos relacionados con la vid. El nitrógeno mejora el crecimiento y la capacidad productiva de la cepa, favoreciendo el desborre, la tasa de cuajado y el proceso de inducción floral.

Por su parte, el fósforo participa en los sistemas de almacenamiento y transferencia de energía y azúcares. Es considerado como factor de crecimiento de brotes y raíces. Una buena alimentación de P puede frenar la absorción excesiva de N, mejorando la resistencia a las enfermedades y a la sequía.

Acumulación de azúcar

El potasio, mientras tanto, desarrolla un papel destacado en la síntesis, traslocación y acumulación de azúcares en las bayas y partes vivaces. Interviene en la neutralización de los ácidos orgánicos, jugando un importante protagonismo en la acidez y el pH del mosto y del vino. Participa en la economía del agua, favoreciendo su absorción por las raíces y controlando los mecanismos de apertura y cierre de estomas.

Al mismo tiempo, el calcio participa en la activación de enzimas del metabolismo de glúcidos y proteínas, y mantiene el equilibrio ácido-base, mientras que el magnesio favorece el transporte y acumulación de azúcares.

Junto a K y Ca, contribuye al mantenimiento del balance iónico celular y a la neutralización de los ácidos orgánicos de la uva y del mosto.

El manganeso influye positivamente en la fertilidad de las yemas, en la tasa de cuajado y en la síntesis de clorofila. En ciertas regiones vitícolas, se asocia al ‘bouquet’ del vino.

Según García-Escudero, el boro favorece los fenómenos de fecundación y de cuajado, e interviene en el transporte de azúcares, mientras que el zinc muestra un efecto positivo en el cuajado, la maduración y el agostamiento.

Influir en la calidad de la uva

La vid es una planta de gran rusticidad, con amplia adaptabilidad a la mayor parte de los terrenos de uso agrícola. No obstante, caben destacar tres factores que pueden ser limitantes para su cultivo: la salinidad, el exceso de caliza y los niveles elevados de arcilla.

En términos generales, la fertilización del viñedo resulta compleja, habida cuenta de la amplia gama de factores de la producción vitícola (medio, planta y técnicas de cultivo) con incidencia en la nutrición mineral, y la consideración general del viñedo como un cultivo de secano, perenne y leñoso, características que limitan el desarrollo y la respuesta del abonado.

Entre los desequilibrios nutricionales más relevantes en el viñedo, que pueden influir en la calidad de la uva, se destacan:

Exceso de nitrógeno

En el marco de una viticultura de calidad, el exceso de N se ha convertido en uno de sus mayores inconvenientes. La consecuencia principal del exceso de nitrógeno es el aumento del vigor.

Tal circunstancia supone una mejora de la fertilidad de las yemas y un aumento del peso de la baya y del racimo, lo que unido a la tentación de aumentar la carga en la poda como consecuencia del incremento del vigor, elevan considerablemente los rendimientos.

Por otro lado, conduce a un deterioro del microclima de hojas y racimos, y a la estimulación del crecimiento vegetativo, dificultando así los procesos de agostamiento y maduración de la uva, con consecuencias negativas en la calidad.

La asociación de un mal microclima y el aumento del peso y la compacidad de racimos, potencian el desarrollo de la podredumbre del racimo (Botritis) y dificulta su tratamiento.

Asimismo, como efectos negativos que se derivan del exceso de nitrógeno, también podemos citar: el corrimiento en variedades sensibles a este accidente, la clorosis, el aumento del riesgo de carencia de potasio y de las necesidades de agua, la presencia en el vino de un mayor contenido de compuestos no deseables para la salud (carbamato de etilo, aminas biógenas, etc.), y la alteración de las cualidades organolépticas de los vinos.

Alimentación potásica elevada

En los últimos años, los enólogos han mostrado su preocupación por la disminución de la acidez y el aumento del pH en los vinos. Entre los argumentos que se esgrimen para justificar este problema, se cita la intensificación de la nutrición de potasio.

La insuficiente acidez conduce a vinos “planos”, sensibles a oxidaciones y precipitaciones, con escasa valoración organoléptica, obligando a desarrollar una importante enología correctiva.

Los aportes generosos de potasio en el abonado de la viña han contribuido, sin duda, a agravar el problema.

Sería insuficiente justificación si no se tuvieran en cuenta otros factores culturales que, relacionados con la mayor o menor absorción de potasio, tienen una clara incidencia en la acidez: fertilidad del suelo, utilización del riego, capacidad selectiva de absorción de potasio de los diferentes portainjertos, diferente aptitud de las variedades para acumular y traslocar potasio, altas densidades de plantación o técnicas de mantenimiento de suelo que facilitan la instalación superficial del sistema radicular.

Deficiencia de magnesio

Como circunstancias que favorecen una insuficiente alimentación de Mg se pueden considerar su falta de restitución por la disminución del aporte de materia orgánica, la ausencia de este elemento en los planes de abonado, y todas aquellas situaciones que favorezcan la alimentación excesiva de potasio, con el que mantiene un evidente antagonismo: inadecuada elección de variedades y portainjertos, fertilización abundante de potasio, y buena disponibilidad de agua (riego y/o precipitaciones).

La carencia de magnesio entraña una disminución del rendimiento y de la síntesis de azúcares, así como riesgos de “desecamiento de raspón”. Este accidente, del cual no se conoce con exactitud las razones que lo provocan, mejora con la aplicación foliar de magnesio durante el envero.

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