Los años pasan deprisa cuando uno los vive intensamente. Carlos Calleja lo ha sentido en sus carnes. A sus espaldas lleva ya más de treinta sembrando patata en El Carpio y alrededores, aunque si por él fuera habría empezado desde que tuvo uso de razón. Fue su padre, Dionisio Calleja, quien le exigió ir la escuela, pese a los llantos de Carlos que no quería esperar para dar rienda suelta a su vocación.
El tiempo le dio lo que quiso, y a los 14 años empezó a trabajar “en lo poco que me dejaba mi padre”, rememora el agricultor. Así campaña tras campaña su empresa creció, las hectáreas a trabajar se multiplicaron al compás de la mejora en la maquinaria agrícola. Pero la esencia, el alma de la familia no ha cambiado, ni un ápice, y sigue estando presente. Literalmente.
No olvides de dónde vienes
No lo verás de primeras. Está algo escondido en la nave que sirve de base de operaciones. Pero ahí está. Un tractor de los años 60, la “joya de la familia”. Con él empezó todo. “Nos costó 177.000 pesetas, mucho para entonces. Conseguí el dinero trabajando toda una campaña de remolacha”, recuerda con añoranza Dionisio.
Tanto significó para ellos este viejo tractor que, pese a que vendieron el original, no dudaron en comprar uno idéntico un tiempo después. Lo arreglaron y ahora deben pasar la ITV cada año. Apenas lo utilizan, salvo en algún paseo esporádico. Pero ahí lo tienen, para no olvidar de dónde vienen. Para no olvidar su humildad.
El alma de la familia no ha cambiado, ni un ápice, y sigue estando presente
Con este vehículo empezó Dionisio cuando tenía 25 años. Antes araba a la antigua usanza. Se nota que el trabajo le ha curtido. También la vida familiar, con dos hijos y una hija. Ahora tiene 86 años y un bastón que le ayuda a caminar, pero la chispa en su mirada sigue ahí, al igual que su perpetua sonrisa.
Más hectáreas misma filosofía
De tal palo tal astilla, y aunque los tiempos han cambiado mucho, su hijo Carlos sigue sus mismos pasos de currante. Ya no solo tienen un tractor, sino cinco. No trabaja una, dos o cuatro hectáreas de patata como su padre o abuelo, ahora la tecnología le permite cultivar cerca de 40 propias todos los años. A las que habría que añadir más de un centenar que cultiva como empresa de servicios.
Mucho es lo que ha conseguido, aunque echando las vista atrás sí hay cosas que Carlos añora. “Ahora todo es más cómodo con la tecnología y una buena maquinaría, pero echo de menos aquellos tiempos en los que con menos hectáreas se ganaba dinero y se vivía bastante bien. En la actualidad necesitas muchas más hectáreas para ser rentable”, señala.
“Echo de menos aquellos tiempos en los que con menos hectáreas se ganaba dinero”
Más tierra hoy significa más modernidad mañana. Y en eso el patatero carpeño no tiene ningún problema. “Hay que modernizarse, no queda otra”. Y aunque tiene sus días buenos y malos con la tecnología, así como con los numerosos papeleos y permisos que se exigen ahora, Carlos no duda en pedir ayuda cuando lo necesita.
Para la planificación de la campaña de la patata y la elección de la variedad más apropiada están sus vecinos, la empresa Interagro, que tiene su sede pegadita a su nave.
Para todo lo demás, está su familia y amigos. Su padre estará ahí con su sabiduría, sus hermanos le ayudarán con la tediosa burocracia y su mujer e hija serán su inspiración para cumplir su sueño. Porque Carlos no tiene sueños extravagantes. Su objetivo en la vida es modesto como sus raíces, como el viejo tractor que guarda en su nave. Él es feliz en su trabajo y solo desea una cosa de cara al futuro: que todo siga igual. “Lo tengo claro”, sentencia.
